Un perfecto extraño con un sombrero que le hacía juego me dijo lo que no debía hacer, pero me vendió lo que debía consumir.
Unos mimos desgastados le compran a él con esa sonrisa roja tan característica, ahora de vuelta en calles más conocidas, la luz brilla y me cuenta que quizás hayas vuelto a la ciudad. Pero eso ya no era problema alguno, salvo que, recordaras mi número y lo que hacíamos en primavera.
Me desplomo en mi cama al igual que el sol cae cerca del piano sobre unas hojas escritas vaya a saber por quién. En un momento recuerdo al perfecto extraño y la tentación de salir a buscarlo me deprime, pero el llamado corta todo pensamiento y me pregunta si tenía algo que hacer por la noche.
Fuimos al viejo lugar que tanto le gustaba, deslizó sus palabras una por una hasta que quebró mi voluntad en mitad de la cena, y lo dejé sentado solo, con palabras en la boca y una cuenta por pagar, como yo con el perfecto extraño.

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